miércoles, 30 de noviembre de 2011

Se están cayendo los ángeles del cielo

Instalación: Se están cayendo los ángeles del cielo


La historia
Yo iba caminando por la calle el día que lo vi por primera vez.  Cuando pasé el me hecho un piropo, me dijo: “Se están cayendo los ángeles del cielo”. Seguí caminando pero estaba un poco nerviosa. Yo sentía que él me miraba, sentía miedo de tropezarme, de hacer el oso, miré de reojo pero no vi a nadie; me llevé la mano a la cabeza como haciendo señas de que algo se me había olvidado; me devolví y me hice la interesante y seguí caminando como si nada.
Esa misma noche me mandó saludar con un amigo, y al otro día una  chocolatina, con mi hermanito. Durante una semana me siguió mandando razones, después nos encontramos en la tienda, cerca de mi casa, me dirigió la palabra y me invitó a tomar una gaseosa. Yo acepté de una, yo estaba muy emocionada… eso si no se puede negar que él estaba como me lo había recetado el doctor.
A los dos meses me dijo que quería que hiciéramos el amor, me dijo: “yo quiero que esto sea inolvidable, que sea muy especial para los dos, yo te ayudo si pasa algo”. Yo le respondí que tenía miedo pero él me siguió insistiendo. Yo me negué, no porque no tuviera ganas sino porque no quería que pensara mal de mí; en ese momento medio me tocaba y a mí se me movía el piso, en la cabeza tenía más las hormonas que neuronas, es que cuando a uno le gusta un muchacho piensa más con lo de abajo que con lo de arriba.
Con él no fue lo mismo que con Javier; no era inexperto, eso se le notaba; no se portó nada tímido, no quiso explorar sino que fue muy alborotado. Iba a lo que iba. A mi eso me gustó porque todo fue como… como muy… no digo violento, sino muy loco.
Al principio era muy detallista pero tres meses después, después de que logró lo que quería me empezó a sacar el cuerpo.  Cuando salíamos con los amigos ya no era tan detallista como antes; si íbamos varios se hacía al otro extremo, inclusive me llamaba menos.
Yo estaba muy enamorada y me hacía falta que no se insinuara como antes; él aprovechaba cualquier momento para cogerme pero ya ni siquiera me traía chocolatinas.
Yo pensé que era porque yo no quería acostarme más, y decidí decirle que sí cuando me lo volviera a pedir, pensé que si accedía una vez más todo iba a cambiar así que acepté hacerlo. Como estaba tragada él me manejaba con un dedo; cómo sería que hasta cambié la manera de vestirme y dejé a algunas amigas.
Me puse toda nerviosa cuando me di cuenta que ya no me estaba viniendo la regla. Se lo conté a mi mejor amiga y consideró que se debía contar a mi mamá. A ella no le dije nada pues lo que más me preocupaba era la reacción que él pudiera tener. Cuando se lo comenté me cogió y me sacudió, me gritó que no era su culpa y hasta me dijo que si estaba completamente segura que era de él. Me hizo sentir como una… como una perra. Después me dijo que tenía que abortar y que si no lo hacía le iba a contar a mi mamá y a todo el mundo. Consiguió la plata y me obligó a ir a esa casa que parecía más una venta de pollos que una clínica. No quiso entrar a acompañarme, se quedó afuera. Cuando salí ni siquiera fue amable conmigo. Al otro día lo llamé y se negó, después cuando lograba pescarlo en el teléfono me decía que tenía que hacer tareas. Ya casi ni nos veíamos.
Yo entre en depresión, tal vez porque me sentía utilizada pero además porque todo me dolía y preocupaba porque la señora que me atendió me sugirió que debía hacerme la prueba del sida.
Realmente uno piensa que el VIH solo les pasa a los otros. A mí nunca se me ocurrió que me podía pegar una enfermedad de transmisión sexual. No sé de donde saqué fuerzas pero fui a hacerme la prueba. La persona que me atendió me hizo algunas preguntas y habló conmigo sobre sí le contaría a mi pareja o alguien de la familia. Además, no quería hacerme la prueba dizque porque era muy menor; yo le dije mentiras, le inventé que tenía marido y vivía con él, que incluso había tenido un aborto y que tenía miedo porque él era muy perro y ella entonces me dejó hacérmela. Solo en ese momento en que me sacaron la sangre pensé que realmente podía tener el virus…
No le he dicho nada a mi mamá aun cuando ella insiste en que a mi me pasa algo. Ella dice que me ha cambiado el cuerpo, que tengo las caderas más anchas y que camino patiabierta, pero yo sé que eso es por lo del embarazo, así que prefiero que crea eso a que sepa del sida. Ella me dice que sabe que tuve algo con ese muchacho porque yo he cambiado mucho.
Ahora no quiero ir al colegio y me la paso encerrada en el cuarto, llorando. Me dijeron en el centro de salud que debo hacerme otro examen para confirmar la infección pero yo sé que la tengo así que no creo necesario hacérmela. A  él no le voy a decir nada… allá él… yo no lo odio, yo fui la que me lo busqué. Me vida es una locura, no sé que va a pasar pero Dios verá que hace conmigo porque yo ni plata tengo para pensar en pagar la salud, mucho menos para comprar medicamentos cuando me enfermé”.

Investigación:            Cuando los hombres cogen la mandarina y botan la cáscara.
Tipo de Investigación: Cualitativa, Grupos de discusión. Re-construcción textual.
Investigador:            Manuel Antonio Velandia Mora
Población:                Mujeres entre 13 y 16 años. Estudiantes de educación media, zona sur de Bogotá.
Fecha:                    Mayo de 2004

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